10/07/2025
En la Patagonia profunda, donde el viento sopla fuerte y la vida sigue sus propios ritmos, se alza una formación natural tan misteriosa como imponente: la Meseta de Somuncurá. Poco explorada, casi mística, esta región ubicada entre Río Negro y Chubut cautiva a los viajeros más intrépidos con sus lagunas ocultas, fauna única en el mundo, formaciones volcánicas y vestigios milenarios. No hay rutas asfaltadas ni señal de celular: lo que hay es silencio, cielo inmenso y una invitación a desconectarse de todo para reconectar con lo esencial.
Este coloso natural de más de 1.6 millones de hectáreas se despliega entre el sur de Río Negro y el norte de Chubut. A pesar de su enorme extensión, es un territorio poco transitado y aún más escasamente habitado. La RN23 al norte y la RN3 al este permiten llegar hasta localidades como Los Menucos, Valcheta, El Caín o Maquinchao, desde donde parten excursiones organizadas hacia la meseta.
El ingreso solo es posible con vehículos 4x4 y con guías locales o baqueanos que conocen bien el terreno. La razón: caminos de ripio, clima cambiante y una geografía exigente. Justamente por eso, la zona ha conservado una biodiversidad y una mística únicas, dignas de ser protegidas: en 1986 se creó allí un Área Natural Protegida.
La experiencia en este rincón patagónico está lejos de los tours convencionales. Aquí no hay multitudes ni selfies masivas: hay naturaleza salvaje, aire puro y silencio. Las actividades más populares incluyen:
Trekking y cabalgatas por la estepa y los cañadones.
Avistaje de fauna autóctona, como guanacos, choiques, zorros y hasta caballos salvajes.
Safaris fotográficos por paisajes que parecen sacados de otro planeta.
Observación de aves en las lagunas temporales, donde sorprenden flamencos y otras especies migratorias.
Exploración de fósiles marinos, pinturas rupestres y formaciones geológicas como el Cerro Corona, de casi 2.000 metros.
También es posible alojarse en estancias rurales o casas de familia que ofrecen comidas caseras y relatos ancestrales al calor de la leña.
Uno de los mayores atractivos de Somuncurá es su fauna exclusiva. En este ecosistema aislado habitan dos especies que no existen en ningún otro lugar del mundo:
La mojarra desnuda, un pez sin escamas que habita en aguas termales de la meseta.
La rana de Somuncurá, un anfibio endémico que sobrevive en charcas temporales.
Estos pequeños habitantes demuestran que este paisaje aparentemente árido esconde vida en estado puro.
Desde Buenos Aires, lo más directo es volar hasta San Antonio Oeste, Viedma o Bariloche, y desde allí continuar por ruta hacia Maquinchao, Valcheta o Sierra Grande. No hay caminos asfaltados al interior de la meseta, y dependiendo de la época del año, los caminos de ripio pueden volverse intransitables por lluvia o nieve.
Por eso, la recomendación es contratar agencias especializadas en turismo de naturaleza o sumarse a travesías grupales con guías locales. El viaje requiere logística, pero la recompensa es inolvidable.
La Meseta de Somuncurá no es un destino más. Es una invitación a mirar la naturaleza sin filtros, a redescubrir el tiempo sin apuros y a vivir la Patagonia desde su costado más rudo, salvaje y auténtico.
No hay carteles ni souvenir shops. Pero sí hay una piedra que habla, como sugiere su nombre en mapuche. Y cuando el viento patagónico sopla entre los cráteres y las grietas del basalto, parece que ese paisaje milenario te cuenta una historia que solo los que llegan hasta allí pueden escuchar.
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