22/12/2025
La milanesa llegó desde Italia con los inmigrantes, pero en Argentina encontró su versión definitiva. Más fina, sin hueso y con infinitas variantes, se transformó en un símbolo de la cocina rioplatense. De la clásica con limón a la napolitana, su historia explica por qué nunca pasa de moda.
El punto de partida de la milanesa está en Milán, donde se prepara la tradicional cotoletta alla milanese: una carne empanada, frita y servida con hueso. Esta receta cruzó el Atlántico a fines del siglo XIX y comienzos del XX, de la mano de los inmigrantes italianos que llegaron masivamente a la Argentina.
Como pasó con tantos platos de la cocina inmigrante, la receta original se adaptó rápidamente a los ingredientes, gustos y costumbres locales, dando origen a algo nuevo. Así empezó a gestarse lo que hoy conocemos simplemente como "la milanesa".
En Argentina, la milanesa dejó atrás el hueso y se volvió más fina y más accesible. Se empezaron a usar cortes como nalga o lomo, más económicos y fáciles de conseguir, ideales para el consumo cotidiano.
El rebozado también tomó identidad propia: huevo, pan rallado y, en muchos casos, queso parmesano, logrando una textura crocante por fuera y tierna por dentro. Esta versión no solo era más práctica, sino que encajaba perfecto con la lógica de la cocina casera argentina.
Para mediados del siglo XX, la milanesa ya era un plato habitual en los hogares, bodegones y restaurantes, consolidándose como un verdadero clásico nacional.

Con el paso del tiempo, la milanesa dejó de ser solo una receta heredada y empezó a multiplicarse en versiones propias, muchas de las cuales hoy son tan icónicas como la original.
Una de las más populares es la milanesa a caballo, coronada con uno o dos huevos fritos, ideal para los que buscan un plato contundente. Pero la gran estrella es, sin dudas, la milanesa napolitana.
Esta variante nació en Buenos Aires en los años 40, cuando un cocinero decidió cubrir una milanesa que se había pasado de cocción con salsa, jamón y queso. Lejos de ser un error, el resultado fue un éxito rotundo que se convirtió en un emblema de la gastronomía porteña.

La milanesa trascendió la mesa y se transformó en un símbolo de la cocina del Río de la Plata. Está presente en almuerzos familiares, menús ejecutivos, bodegones históricos y hasta en versiones más modernas y livianas.
Hoy conviven las milanesas fritas y horneadas, las opciones vegetarianas y múltiples acompañamientos que ya son tradición: papas fritas, puré, ensalada o simplemente unas gotas de limón.
Su popularidad es tal que tiene su propio festejo: en Argentina, el 3 de mayo se celebra el Día de la Milanesa, una excusa perfecta para rendirle homenaje.

Parte de su éxito está en la simplicidad, pero también en su capacidad de adaptarse. La milanesa puede ser un plato rápido de todos los días o una versión elaborada para salir a comer. Puede ser clásica, napolitana, a caballo o reinventada, pero siempre mantiene su esencia.
Más que una receta, la milanesa es costumbre, identidad y memoria colectiva. Un plato que llegó desde Italia, pero que Argentina hizo propio hasta convertirlo en uno de sus mayores orgullos gastronómicos.
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