21/07/2025
Elegido por el sabor, la calidad de la carne y su carga simbólica, el asado trasciende lo gastronómico: es identidad, reunión y celebración. En esta nota, exploramos por qué se convirtió en la receta más representativa del país, cómo se vive el ritual del fuego y hasta un truco para limpiar la parrilla que puede cambiar tu próxima juntada.
Si hay una receta que define a la Argentina ante el mundo -y ante sí misma- es el asado. No solo por el sabor inconfundible de una tira de asado bien hecha, el chorizo crujiente o el vacío jugoso, sino por todo lo que lo rodea: el humo que anticipa, el fuego que une, el asador que guía, y el encuentro que le da sentido.
Según una consulta realizada a Gemini, la inteligencia artificial de Google, no hay dudas: el asado es el plato más representativo de la Argentina. Le siguen, más abajo, la empanada y la milanesa. Pero el asado tiene algo que las demás recetas no pueden igualar: un profundo arraigo social y cultural que convierte cada cocción en un evento.
No importa si estás en una terraza de San Telmo, en un quincho familiar del Conurbano o en medio del campo en la Pampa Húmeda. El asado aparece en cumpleaños, feriados, domingos en familia o juntadas entre amigos, y siempre genera lo mismo: ese clima de expectativa mientras chispea el carbón, la ronda de aperitivos, las charlas que se alargan y el ritual de pasar la carne a la tabla como si fuera una ceremonia sagrada.
El asado argentino es también un recorrido federal: en cada región se cuece distinto. En el Litoral, la costilla se hace a fuego bajo durante horas. En la Patagonia se impone el cordero al asador. En Buenos Aires, manda la parrilla de hierro y la clave está en el control del fuego. Cada zona aporta su técnica, pero la esencia es la misma: cocinar lento, compartir mucho.
Hablar de asado en Buenos Aires es hablar de patios, de humo entre jacarandás, de sobremesas que se extienden sin mirar el reloj. Los olores del carbón encendido, el crujido de una molleja dorada, el primer corte del cuchillo sobre la tabla... Todo suma a una experiencia multisensorial que se graba en la memoria.
En muchas parrillas porteñas, esa misma magia se replica para turistas curiosos que buscan probar el verdadero sabor argentino. Restaurantes como Don Julio (Palermo), Parrilla Peña (Recoleta) o El Pobre Luis (Belgrano) elevan la experiencia con carnes premium y técnicas tradicionales. Pero el corazón del asado sigue estando en las casas y los encuentros informales.
Acá va un truco casero y bien porteño para dejarla impecable sin esfuerzo.
Solo necesitás una cebolla. Pelala, partila al medio, clavala en la punta de un cuchillo y frotala sobre los hierros de la parrilla bien caliente. La acidez natural de la cebolla desinfecta, elimina la grasa y deja todo listo para la próxima cocción. Y sí: también perfuma.
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