Hamburguesas con pasaporte gourmet

En Buenos Aires, donde el asado es casi religión, las hamburguesas lograron ganarse un lugar destacado en la escena gastronómica. Pero no hablamos de cualquier hamburguesa: estas son verdaderas joyas culinarias que se alejan de lo industrial y se acercan a lo artesanal. Para los que visitan la ciudad o quieren redescubrirla con nuevos sabores, hay dos paradas obligadas: La Birra Bar y Burger Joint.

La Birra Bar: de Boedo al mundo

Lo que empezó como un local familiar en el barrio de Boedo, se convirtió en un fenómeno global. Hoy tiene sedes en Miami, Madrid, Santiago de Chile y varios puntos del AMBA, pero sigue conservando el espíritu de barrio y la obsesión por la calidad.

Autodenominada como "la hamburguesa más premiada del mundo", La Birra Bar fue incluida en el Top 10 de las mejores hamburgueserías del mundo en 2024, según la reconocida lista World's 101 Best.

¿Lo mejor del menú?

• La Italiana, con emmental, rúcula, panceta, tomate y alioli.

• La WTF!, una bomba con provoleta, cebolla, morrón, crispy onion, panceta y mayochurri.

Cada hamburguesa está pensada al detalle, desde el pan hasta las salsas caseras. Ideal para ir en grupo, pedir varias y compartir. Entre las sucursales porteñas más recomendadas están Villa Crespo, Colegiales y San Telmo, perfectas para combinar con una salida cultural o un paseo turístico.

Burger Joint: el ícono de Palermo Soho

Ubicado sobre la calle Borges, entre murales, luces tenues y buena música, Burger Joint es mucho más que una hamburguesería: es una experiencia urbana. Desde 2013, este local se convirtió en un referente para quienes buscan sabor, ambiente y una buena cerveza artesanal en pleno Palermo Soho.

El menú mezcla lo clásico con opciones arriesgadas:

• Mexican, con jalapeños, guacamole y salsa picante, fue elegida por el Huffington Post como una de las 29 mejores hamburguesas del mundo.

• La 20 Ginobili, una triple con huevo, panceta, barbacoa y pickles, homenajea al mítico jugador argentino.

Todo se acompaña con papas caseras bien crocantes y cerveza tirada. El espacio es chico, pero eso no impide que se llene todos los días. Lo mejor: podés comer en la vereda, sumergido en la vibra bohemia del barrio.