En Buenos Aires hablamos mucho de comida: nuevos platos, cartas de autor, tendencias y restaurantes en Buenos Aires que marcan agenda. Pero hay un detalle que suele pasar desapercibido y puede jugar en contra incluso de quienes "comen bien": lo que se toma a lo largo del día.

Jugos, gaseosas, alcohol y cafés de cafetería con crema, jarabes o azúcar pueden aportar una gran cantidad de calorías sin generar saciedad. Por eso, cada vez más especialistas repiten una idea simple pero poderosa: no beber las calorías.

No se trata de vivir a agua pura ni de prohibirse todo, sino de entender cómo funcionan las bebidas en el cuerpo y aprender a elegir mejor.

Por qué las bebidas calóricas engañan al cuerpo

A diferencia de los alimentos sólidos, las bebidas se consumen rápido y no activan de la misma forma los mecanismos de saciedad. Esto hace que el cuerpo no "registre" esas calorías como comida.

Según explica la dietista estadounidense Shyla Cadogan, este es uno de los grandes errores frecuentes: una persona puede sumar varias bebidas calóricas en el día -jugos, refrescos, alcohol o cafés especiales- y luego preguntarse por qué no ve resultados, aun cuando siente que come de manera equilibrada.

El problema no es una bebida puntual, sino la acumulación silenciosa. Las calorías líquidas pasan casi sin aviso.

El agua, la gran aliada que siempre funciona

Frente a este escenario, el agua aparece como la opción más simple y efectiva. No aporta calorías, es esencial para la salud y no entra en la ecuación del balance energético diario.

Los especialistas coinciden en que debería ser la bebida principal, incluso cuando se permiten otras de manera ocasional. Una buena hidratación no solo ayuda al peso: también influye en la energía, la digestión y la regulación del apetito.

Muchas veces, el cuerpo confunde sed con hambre. Y ahí aparecen picoteos innecesarios cuando, en realidad, lo que faltaba era un vaso de agua.

Alcohol y azúcar: los saboteadores más comunes

Uno de los consumos que más se subestima es el alcohol. No aporta beneficios nutricionales y puede sumar calorías de manera sostenida, sobre todo cuando se vuelve un hábito frecuente: una cerveza al final del día, una copa por costumbre o varias salidas semanales.

Algo similar pasa con el azúcar líquida. Gaseosas, jugos industrializados y cafés de cafetería con jarabes o crema suelen estar socialmente naturalizados, sobre todo cuando salimos a comer o buscamos dónde comer en Palermo, Recoleta o cualquier barrio con movida gastronómica.

El punto no es demonizar estas opciones, sino prestar atención a la frecuencia y a las cantidades. Lo ocasional no suele ser el problema; lo automático, sí.

Cambios simples para tomar mejor sin resignar placer

La clave está en hacer ajustes sostenibles, no en imponer restricciones extremas. Algunas ideas prácticas que recomiendan los especialistas pueden marcar una gran diferencia:

• Priorizar el agua durante el día y en las comidas

• Saborizar el agua con rodajas de limón, lima o frutas

• Elegir agua con gas sin azúcar para reemplazar gaseosas

• Revisar cómo pedís el café, evitando jarabes y crema batida

• Reducir el alcohol, incluso en pequeñas dosis frecuentes

• Preparar batidos en casa para controlar el azúcar

Agregar un poco de jugo natural al agua puede ser una opción intermedia, siempre que no tenga azúcar añadida. Y en el caso de los batidos, sumar proteína ayuda a mejorar la saciedad y a evitar picos de glucosa.

Salir a comer también implica elegir qué tomar

En la gastronomía porteña, las bebidas suelen ser protagonistas: tragos, limonadas, jugos naturales y cafés elaborados. Elegir mejor no significa dejar de disfrutar, sino tomar decisiones más conscientes.

Un refresco o una bebida dulce de vez en cuando no arruinan nada. El problema aparece cuando se convierten en rutina diaria sin registro. Ordenar prioridades también es parte de comer mejor.