28/05/2025
A sólo 30 kilómetros de Tres Arroyos, San Mayol se presenta como un verdadero tesoro oculto. Con menos de 70 habitantes, este pueblo fundado por inmigrantes catalanes conserva su arquitectura de principios del siglo XX, una historia familiar fascinante y una tranquilidad que enamora. Una escapada ideal para desconectar del ritmo urbano y descubrir un rincón con esencia europea en el corazón de la provincia de Buenos Aires.
En la inmensidad del campo bonaerense, donde el ritmo es más lento y el silencio se valora, hay un pueblito que parece detenido en el tiempo. Se llama San Mayol, y aunque pocos lo conocen, quienes lo visitan coinciden en una cosa: es uno de los secretos mejor guardados de la provincia.
Ubicado en el partido de Tres Arroyos, a poco más de 500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, San Mayol no tiene semáforos, ni supermercados, ni bares de moda. Tiene algo más poderoso: una identidad forjada por la inmigración catalana, una arquitectura que remite a un viejo pueblo europeo y una calma que invita a quedarse más tiempo del previsto.
El origen de San Mayol está íntimamente ligado a la familia Mayol, de raíces catalanas. A finales de la Primera Guerra Mundial, Felipe Mayol de Senillosa y María Luisa Crámer de Mayol llegaron a la Argentina en busca de nuevas oportunidades. Compraron tierras en Tres Arroyos y, con visión y compromiso, comenzaron a trazar el destino de lo que sería este pintoresco paraje.
Con la llegada del ferrocarril en 1907, el pequeño núcleo de casas cobró vida. El hijo del matrimonio, Jorge Mayol, ingeniero civil, decidió continuar el legado familiar y construyó el Hotel San Mayol, uno de los primeros grandes edificios del pueblo, que podía alojar hasta 100 personas. Aquella obra fue el puntapié para el crecimiento de una comunidad que aún hoy mantiene vivas las costumbres catalanas en su lengua, sus celebraciones y su modo de vida.
Lo que más impacta al llegar a San Mayol es su arquitectura singular. Las casas y edificios, muchos de ellos centenarios, se distribuyen en menos de diez manzanas con un estilo que remite directamente a la Cataluña del siglo XX.
Entre los imperdibles, se destacan:
La Iglesia Sagrado Corazón de Jesús, un templo con un diseño sobrio pero encantador.
El edificio de la Juventud Agraria, símbolo del trabajo y el encuentro comunitario.
La Esquina Catalana, uno de los rincones más fotografiados por su fachada y su valor simbólico.
El pueblo en sí es una obra de arte al aire libre. No hay carteles luminosos ni cables enmarañados: solo tranquilidad, historia y una estética cuidada, que parece sacada de una pintura.
Aunque no es un destino turístico tradicional, la experiencia de recorrer San Mayol es profundamente enriquecedora. No se trata de hacer muchas cosas, sino de desconectar, observar, escuchar y sentir.
Algunas actividades recomendadas:
Caminar sus calles a pie o en bicicleta, apreciando cada detalle arquitectónico.
Conversar con los vecinos, guardianes de las historias del lugar.
Visitar los espacios históricos, como el hotel y la iglesia.
Participar de festividades locales, si se coincide con alguna fecha clave (como la celebración de la cultura catalana).
Para quienes disfrutan del turismo slow, este es un destino ideal. Y para los amantes de la fotografía, la luz, los colores y las texturas del pueblo ofrecen un escenario perfecto.
San Mayol se encuentra a 30 kilómetros de Tres Arroyos, y el acceso es por camino de tierra (en buen estado la mayor parte del año). Se puede llegar en auto desde la Ciudad de Buenos Aires en unas 7 horas por Ruta Nacional 3.
No hay alojamiento formal ni restaurantes, pero en ocasiones especiales se pueden coordinar almuerzos caseros con vecinos del pueblo o visitar casas de té durante festivales.
Es ideal para una visita de día completo o combinar con una estadía en Tres Arroyos o Claromecó.
Llevar cámara, repelente, calzado cómodo y muchas ganas de desconectar.
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